No me sorprendió; más bien, en medio de la fiebre y de la cercana realidad, observé mi entorno y mi mundo.
Miré a ver si el sentimiento por mí mismo en esta despedida me tocaba el alma.
Miré a ver si el sentimiento por mí mismo en esta despedida me tocaba el alma.
Y sí. Hice un viaje por los nuevos tiempos. La vida sin mí.
Quizá el mayor desierto que debo cruzar y solo. Mejor, acompañado por las fuentes que se secarán con mis ojos.
Mis pasos se soportan en los posibles amores cercanos, lejanos o imaginarios.
Los amores cercanos, los que dan las usanzas de la familia y de la sociedad de obligatorio tránsito.
Los amores lejanos, ciertamente aquellos que no se dejaron conocer o que los abrigó el silencio hasta incendiarlos.
Los amores imaginarios, con los que vibró mi existencia, aun siendo palpables, esto es, en la certeza de amar y ser amado y recibir alegría y esperanza, con el sabor del “para siempre”, con el tacto de almas en dimensiones conocidas y echadas al fuego de la eternidad.
20/12/18
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